La crisis de la Baja Edad Media


A lo largo de la primera mitad del siglo XIV se suceden una serie de circunstancias que van a predisponer a la población mundial ante la llegada de una nueva epidemia. En principio, todo apunta a un clima desfavorable (heladas, fuertes lluvias) para el desarrollo agrario, lo que unido a la previa colonización de tierras marginales (menos productivas) para hacer frente al aumento de la población de los siglos XI-XIII, llevaría a una crisis agraria de grandes dimensiones (disminución de la producción durante varios años seguidos o durante periodos relativamente cercanos) y, en consecuencia, a la aparición del hambre (subalimentación como variable más benigna; hambruna como aspecto más extremo). En este contexto, ante una población subalimentada, irrumpe una epidemia procedente de Asia, transportada por los barcos en una economía basada en el comercio, que será llamada con posterioridad Peste Negra o Muerte Negra por los terribles efectos demográficos que ocasionó (la población europea perdió un tercio de sus efectivos). En términos socioeconómicos la Peste Negra supuso una drástica disminución de la mano de obra, lo cual tuvo efectos en todos los sectores productivos:
  • Por un lado supuso el abandono de las tierras de cultivo menos productivas, así como una reducción de la mano de obra disponible en las demás explotaciones. La bajada de la producción produjo como efecto inmediato un aumento de los precios.
  • Al afectar en gran medida a las ciudades, la mortalidad causó una gran reducción de la actividad artesanal y, en consecuencia, de los intercambios comerciales.
  • Este descenso de la actividad económica general condujo a una disminución de las rentas (reales o señoriales), lo que causó una subida de los impuestos para compensar esa pérdida.
Todo lo anteriormente expuesto dañó en mayor medida la economía personal o familiar de los grupos más desfavorecidos (campesinos, clases bajas o medias urbanas) que, a partir de este momento, van a plantear reclamaciones para la mejora de esta situación, y muchas veces van a desembocar en revueltas, rurales o urbanas, fuertemente reprimidas por grupos sociales (rey, nobleza, clases altas urbanas) que también han visto descender sus ingresos y no están dispuestos a realizar más concesiones.
Describamos lo anterior en la Península Ibérica. 1348, el año de la Peste Negra, parece el origen de toda una serie de catástrofes demográficas, económicas, sociales y políticas. Aunque las malas cosechas y las hambrunas de los cincuenta años anteriores habían puesto a la población en una situación de debilidad que elevó la mortalidad de esta terrible enfermedad. Así las cosas, la población descendió casi un tercio, con impactos desiguales en las dos coronas hispanas: afectó más a Aragón, y en especial a Cataluña (40%), y menos a Castilla (25%).
Afectada por esta crisis demográfica, la economía de ambos reinos contempló una catástrofe sin precedentes: abandono de explotaciones agrícolas, descenso de las rentas feudales, colapso del comercio, descenso de la actividad artesanal, subida de los precios… Ante esta situación los poderosos respondieron con exigencias territoriales a los reyes, con subidas de impuestos y con el endurecimiento de las obligaciones feudales (malos usos).
En consecuencia, los grupos más débiles del sistema, en este caso los campesinos y las capas populares urbanas, respondieron bien con enfrentamientos con la nobleza bien con acciones contra las minorías. Tres casos llaman nuestra atención:
  • En Cataluña, los remensas, campesinos sometidos a los malos usos de sus señores, pidieron la anulación del régimen señorial.
  • En Galicia, los irmandiños realizaron peticiones similares a las anteriores.
  • En las ciudades de ambos reinos el descontento encontró su diana en las minorías, especialmente en la judía, extendiéndose los ataques a sus barrios.
Esta situación de crisis económica y social afectó a la estabilidad de los rei­nos, que se vieron sumidos en constantes enfrentamientos políticos y guerras ci­viles.
  • En Castilla, los nobles quisieron afianzar su predominio social e imponer su voluntad a los monarcas. La alta nobleza y la Iglesia se opusieron a Pedro I de Castilla (1350-1369) porque quiso someterlos, y apoyaron a su hermanastro Enrique de Trastámara. Tras largos años de guerra civil, el bando nobiliario consiguió vencer y proclamar rey a Enrique II en 1369. Con este monarca se ini­ció la dinastía Trastámara en Castilla, que se vio obligada a conceder privile­gios a la nobleza. Los siguientes monarcas tuvieron que afrontar diversas rebeliones nobiliarias y guerras civiles, como la que enfrentó a Isabel de Castilla y su sobrina Jua­na (1475-1479).
  • La dinastía Trastámara también se introdujo en la Co­rona de Aragón tras el Compromiso de Caspe. A mediados del si­glo XV, durante el reinado de Juan II (1398-1479), Catalu­ña se vio sacudida por una guerra civil, que enfrentó a la monarquía con la nobleza y las clases dirigentes. También participaron en el conflicto los payeses de remensa y los grupos urbanos de Barcelona. Tras diez años de guerra (1462-1472), el bando real consiguió impo­nerse, aunque sin dar solución a los problemas que habían provocado el conflicto.
  • El Reino de Navarra, afectado por la crisis demográfi­ca y económica, también conoció una guerra civil desde 1447. El conflicto se prolongó hasta la interven­ción, en 1512, de Fernando el Católico, que estableció un protectorado sobre el reino y lo incorporó a Castilla en 1515.

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